Durante la madrugada del pasado 07/XI/2020 falleció, en su casa de Querétaro, Qro., el inefable Manuel Ortiz Fernández (a) “Manolo”, uno de los grandes creativos publicitarios de la segunda mitad del siglo veinte en México. Le faltaban 2 días para cumplir los 69. Semanas antes había tenido un conato de COVID-19 del que salió en tan solo tres días para continuar con su acelerada vida de siempre.
La noche de su muerte estuvo trabajando, en Toluca, desde donde se la aventó manejando hasta Querétaro a donde llegó, lógico, bastante cansado y con dolor de piernas, lo que lleva a los doctores a sospechar de un trombo que, cuando llegó al corazón, le produjo el infarto que lo mató. Manolo Ortiz fue el mayor de una familia de 9 hermanos, 5 hombres y 4 mujeres, lo que lo llevó a tener que ganarse la vida desde muy joven.
Estuvo en la Escuela Técnica de Publicidad, la ETP, de donde salió a su primer trabajo, como copy jr., en J Walter Thompson de México en donde estuvo bajo las órdenes de un Vp Creativo ecuatoriano, de apellido Jarrín, quien pulió al muchacho hasta hacerlo todo un profesional. De ese entonces data la campaña “un buen comienzo merece un final feliz”, que Manolo hizo para los rollos y revelado Kodak. Dos o tres años después, el joven Ortiz recibió una oferta de otra agencia quien le ofreció el triple de sueldo y se fue de JWT.
En su peregrinar profesional, Manolo estuvo, entre otras agencias, en Leo Burnett, Young & Rubicam y Mc Cann Erickson y de todas lo corrieron al comprobársele que recibía jugosas comisiones de los proveedores, sobre todo de las casas productoras. Era la época, entre 1975 y 2000, que el medio rey era la TV y cualquier agencia de esas producía más de 100 comerciales al año, que en la mayoría de los casos había que ir a producir a los EU porque en México no existía ese servicio. Y como se suponía que los creativos tenían que ir a supervisar que el trabajo final quedara a la perfección, fueron muchos los que aprovecharon tanto para darse la gran vida como para cobrar jugosas comisiones, por debajo del agua, por elegir a una casa productora en específico.
A Manolo Ortiz se le atribuye al respecto un “Plan Francés”, que se planteaba a las casas productoras, palabras más o menos, así:
-Ya estamos en los planes de producción para el próximo año y calculamos hacer más de 120 de ellos, unos 10 al mes. Como tú sabes, existe una plantilla de probables proveedores a los que siempre se les pide que coticen en diferentes ocasiones: en cada proyecto no puede haber más de cinco concursantes. Si tú quieres que yo te inscriba en ese padrón de cotizadores, me tienes que pagar, ahorita ya, lo que sería de un comercial, (entre 300 y 500 mil pesos de aquel entonces, a según el sapo). Pero eso no quiere decir que ya ganaste una producción: lo que te pido es solo por el derecho a concursar, porque si ganas algo, ese sería un arreglo extra…-
Se calcula que, bajo esas condiciones, Manolo Ortiz debe de haber realizado más de dos mil comerciales a lo largo de su carrera.
¿Cómo fue que la gente se lo permitió?
Porque en Manolo se daban, de forma espontánea, una serie de cualidades excepcionales que, al menos yo, no he vuelto a ver, juntas en ningún otro creativo publicitario de antes y de ahora: era extraordinariamente simpático y le sabía caer bien a la gente. Era el bribón que a todos cae bien y, por lo mismo, todo se le perdona. Hubiera sido la estrella de cualquier novela picaresca. No solo era creativo: sabía conceptualizar. Tenía ese don de nacimiento y casi de inmediato sabía lo que había que decir para desarrollar una campaña vendedora, de esas que, en sus tiempos, debían por fuerza incrementar las ventas de la marca en un 30%.
Como suma y consecuencia de esas dos anteriores cualidades, Manolo también sabía vender muy bien. Y tenía oficio: sabía de producción, de todo tipo de producción. Y va una anécdota, otra al respecto: en Leo Burnett, Manolo Ortiz manejó la cuenta de cigarros Marlboro cuyo corporativo enviaba cada año las fotos fijas, de vaqueros, que habían de usarse en cada campaña. Eran dos temporadas anuales: una de verano y otra de invierno. A partir de esas tomas, Manolo elegía las más apropiadas: con esas hacía una espléndida campaña en medios exteriores. Y con las otras, editadas con maestría, elaboraba un magnífico comercial de cine, con su correspondiente lift a TV. Comerciales que le quedaban tan bien, que mucha gente no se dio cuenta de que eran producidas exclusivamente con fotos fijas.
Si a mí me preguntaran cuál sería la palabra que mejor describe aún ahora, a Manolo Ortiz, yo diría que todo: lo tuvo todo, lo hizo todo, lo viajó todo, lo ganó todo y se lo gastó todo. Tuvo antes, casas, mujeres, viajes y hasta un grupo de rock del cual era cantante. Y todos los instrumentos eran de él. A la postre, su fama de transa alcanzó a MO y las puertas se le cerraron: trató entonces, en repetidas ocasiones, de abrir su propia agencia, pero hasta ahí lo alcanzó la mala fama. porque, en el segundo lustro de la década de los setentas del siglo pasado, cuando Manolo Ortiz trabajaba en Leo Burnett México con otros creativos de la talla de Joaquín Fernández, Víctor Blazquez, Fernando Gasca, Moisés Romero y otros, esa agencia llegó a ser la marca creativa del país, con campañas tan creativas como “basta un soplido” para Motita, “todos saben que sí alivia, nadie sabe cómo alivia”, para Alka Seltzer; “por mi pollo”, para Knorr Suiza y muchas otras, la agencia de la manzana, de aquella época en México, se fue a los cuernos de la luna. Pancho Cárdenas no nos dejará mentir.
Muy disminuido en sus glorias, en sus viajes y en sus clientes, siempre teniendo que cargar con su mala fama, Manolo Ortiz pasó sus últimos diez años de vida ya muy solo. Y así murió.
La pregunta es… ¿descansaría en paz? Porque su hermano Pedro Ortiz, el día que estuvimos velando a Manolo en la funeraria J. García López de la Col. Satélite, dijo algo muy cierto: “ahora que vi a Manolo en su féretro le dije “hasta que te veo tranquilo”.