Como ya hemos venido platicándoles a nuestros lectores, del 27 al 30 de marzo pasado nos dimos una vuelta a Acapulco para asistir al tradicional Tianguis Turístico 2017. Que estuvo muy bien: como que ya cada quien conoce lo que tiene que hacer y lo hace de forma eficiente. Sobre todo con un entusiasmo que a todos contagia y que hace que todos agarremos la fiesta.
Así, por ejemplo, el coctel inaugural fue una gran fiesta, en los jardines del Hotel Princess, en donde se comió y bebió de maravilla, hubo mariachis, desfile de modas, fuegos pirotécnicos y hasta la actuación de los Ángeles Azules, que pusieron a bailar a todo el mundo. Y por el estilo se dieron todos los demás eventos del programa, exposición incluida: con perfecta sincronía, en orden y puntualidad.
Lo único que de plano sigue siendo un desgarriate es la ceremonia de inauguración, a la que el señor presidente de la república siempre llega tarde y mal. Y luego, se insiste en darles de comer a más de dos mil gorrones que nunca quedan a gusto porque, obvio, cuando les sirven la sopa ya está fría por el retraso. Por lo que me atrevo a sugerirle al Sr. Enrique Peña Nieto que, en lo más posible, se elimine de todos los actos presidenciales, (y no nada más del Tianguis), las comidas multitudinarias que a nadie satisfacen. Esa sería una buena manera de ahorrar.
¿Y qué podemos decir de Acapulco?
Que se nota que el Grupo Autofin le está metiendo un platal a la actividad turística del puerto, que se ve ahora un poco más limpio y con mejor actitud por parte de los prestadores de servicios. De hecho existen ya dos Acapulcos claramente definidos: el tradicional, que sigue estando en la olla y Acapulco Diamante, que va que vuela a estar de lujo. Sólo que, como siempre, a los forjadores del nuevo Acapulco se les escapa lo principal: la comunicación.
Urgen campañas que concienticen a la gente de Acapulco sobre los beneficios de tratar y servir bien al turista; que capacitan al personal que trabaja en la industria, (porque sigue habiendo mucho empirismo) y que, sobre todo, pongan en su lugar a la mafia de taxistas: porque ellos son los que le están haciendo más daño al turismo en Acapulco.
Mire usted: por una dejada por más o menos dos kilómetros, que en la CDMX costaría a lo sumo 30 pesos, los taxistas atracadores de Acapulco cobran… ¡170 pesos! Y si uno les pide que lo regresen 2 ó 3 cuadras, los bandidos exigen otros 30 pesos, sin importarles que el movimiento les quede de paso por algo que uno ya pagó. Y cuando el pasaje reclama, los asaltantes aducen “así es”… ¡que los corran a todos por falta de conciencia!