La historia de la categoría es tan sabrosa como el producto mismo: en medio de la guerra de Corea, mientras ese pueblo se moría de hambre, las instituciones humanitarias de todo el mundo enviaban a ese país grandes cantidades de comida… que nadie sabía preparar por no estar acostumbrados a la comida occidental.
Fue entonces cuando un sacerdote católico de Seúl descubrió que, cerca de su parroquia, un vendedor callejero hacía el gran negocio vendiendo unos fideos elaborados con la harina y otros ingredientes que venían dentro de las famosas despensas de la ONU y la Cruz Roja. Pronto, el emprendedor sacerdote desarrolló su propia receta, se puso a vender sopa a precio de regalo, (total, a él le regalaban las cosas), con lo que su éxito fue inmediato y casi apoteósico.
Tanto que, al concluir la guerra el padrecito se siguió con el negocio que después vendió a un corporativo. Así, a mediados de la década de los setentas, llegaron a México las primeras marcas de esa categoría, que había que preparar en casa mediante un proceso tradicional. El boom vino cuando a Maruchan se le ocurrió diseñar un producto instantáneo al que solo hay que echarle agua caliente para comerlo de inmediato.
Su precio promedio al público es de 15 pesos y en la mayoría de los lugares en los que se vende ahí mismo se prepara y se sirve. Para quien vive al día, tiene pocos recursos, no puede comer en casa y tiene que hacerlo rápido, (en promedio en 15 minutos), para seguir trabajando, la sopa instantánea es lo ideal porque, además, posee 278 kilocalorías por ración: es más, muchos mexicanos solo comen eso al día. Su problema es que es un producto ultraprocesado: tiene un promedio de 36 ingredientes, cuando la sopa de fideo, hecha en casa, no pasa de diez. Tiene mucho sodio, mucha sal y muchos engordadores. El glutamato Monosódico que contiene cada sopa instantánea puede alterar los mecanismos de saciedad de la persona y provocar voracidad.
Y volvemos a lo de siempre: si se consumen en exceso productos como Maruchan, Nissin y otros pueden afectar la salud de las personas. Y el gobierno, en lugar de ponerse a educar al público, solo sugiere prohibir la venta de sopas instantáneas. Y entonces, literal… ¿qué va a comer la gente?
A los burócratas se les hace muy fácil, si es que el enfermo tiene una uña enterrada, sugerir que le corten el pie. Cuando lo que se trata es de proponer soluciones realistas: que la gente siga comiendo Maruchan pero sin que dicha ingesta excesiva le haga daño. Se trata de dar una solución que no deje a la gente con la panza de farol. Algo que, por desgracia, va a tener que salir del propio fabricante: porque las autoridades no saben ni cómo. Y así llevan décadas.
¡Y el bisne está en…!
Parece increíble que la comida que salvó de la hambruna y hasta de la muerte a toda una nación, a los coreanos, en México se le catalogue de dañina e incluso se piense prohibirla. Y todo por la falta de comunicación.
Como muchos otros fabricantes, que siguen viviendo en el pasado, las marcas de sopas instantáneas se han dedicado a llenarse los bolsillos de dinero sin ponerse a pensar, ni por un momento, en que todas las modas pasan: Maruchan, Nissin y Ramen tuvieron su buena época porque se pusieron de moda y si quieren volver a sus buenos tiempo tienen ahora que hacer publicidad.
Ese es el tip para nuestros amigos de las agencias creativas: si bien se importan, todas las marcas mencionadas y otras más tienen oficinas en México a donde es posible llegar y hablar con sus directivos para persuadirlos de hacer publicidad e imagen. Porque, como todas, la categoría tiene también su lado bueno.