La ociosidad, decía mi abuela, es la madre de muchos malos pensamientos: forzado por la pandemia me he pasado viendo TV como nunca antes en mi larga vida. Obvio, la primera que no aguanté ni regalada fue la TV abierta: el Canal de las Estrellas es una mentada de madre para cualquiera que haya terminado la primaria.
Aunque me fui a Cablevisión, a donde estoy inscrito desde hace años: pero ya lo voy a cancelar porque insisten en verme la cara de tonto. Y está bien que la tengo, pero que no abusen de mi nobleza.
Cuando yo contraté ese servicio me prometieron un máximo de 6 minutos comerciales por hora, lo que equivalía a 12 ó 18 spots de 30 ó 20 segundos por cada 60 minutos de programación. Y ya no están cumpliendo: no lo están porque ahora, en cada corte, meten 15 comerciales, (y no le bajan). Lo que deja a la programación efectiva en 30 minutos por hora… ¡ya ni la friegan!
Pero la cosa no para ahí porque la programación está cada día más y más llena de repeticiones sobre todo en lo que a películas se refiere. Y pongo un ejemplo: la pobre Erin Brokovich ya está más vista que las prostis de Tlalpan. Diario la ponen, en diferentes horarios y canales hasta 6 veces… ¡al día!
Y así por el estilo están sus demás películas. Por lo que yo me pregunto: ¿de dónde sacaron a sus curadores, vulgo programadores? No me salgan con que empezaron de vigilantes y los fueron ascendiendo hasta hacerlos programadores.
Porque solo así se explica que los señores tengan una cultura cinematográfica de matiné de barriada y sin el más mínimo conocimiento del séptimo arte.
Conclusión: no está lejos el día en que a los canales de paga de Televisa se los lleve patas de cabra, tal y como ya está pasando con la tele abierta. Si Don Eulalio Azcárraga Vidaurreta reviviera seguro se volvería a morir del coraje.