Hace unos día, en Walmart, una demostradora me sorprendió al ofrecerme un producto, tan obvio, que no se me había ocurrido: el arroz con leche. Se trata de un postre típicamente mexicano, cuyo consumo ha disminuido porque hacerlo en casa no es enchílame otra. Tiene su chiste, toma su tiempo y cada vez hay menos señoras que sepan hacerlo.
Al punto, cabe resaltar que la demostradora de marras me sorprendió por su entusiasmo y profesionalismo, por lo que no tuve ya ningún reparo para caer dentro de las estadísticas positivas que aceptan probar la marca a sugerencia del equipo de promoción. Y me da mucho gusto afirmar que no me equivoqué: el Arroz con Leche de Lala es exquisito. Incluso mejor que el que hacía mi abuela. Lo probé temiendo que fuera a estar demasiado dulce. Y no. En su punto exacto: ni muy muy, ni tan tan.
Lo que sí que se acaba muy pronto: no rinde porque, en el hogar, todos quieren varios al día.
Insisto en que los creativos de este país no dejan de sorprenderme: cuando creí que ya lo había probado todo, y más, en el anaquel de lácteos, Lala viene y me deja con el ojo cuadrado con un producto, su Arroz con Leche, tan tradicional que resulta nuevo.
Eso es conocer al negocio, oiga usted.